martes, junio 22, 2010
The Melancholy death of Oyster Boy
Poema del ahora bullado Tim BUrton.
The melancholy death of Oyster Boy
Tim Burton (EEUU, 1958 - )
He proposed in the dunes,
they were wed by the sea,
Their nine-day-long honeymoon
was on the isle of Capri.
For their supper they had one specatular dish-
a simmering stew of mollusks and fish.
And while he savored the broth,
her bride's heart made a wish.
That wish came true-she gave birth to a baby.
But was this little one human
Well, maybe.
Ten fingers, ten toes,
he had plumbing and sight.
He could hear, he could feel,
but normal?
Not quite.
This unnatural birth, this canker, this blight,
was the start and the end and the sum of their plight.
She railed at the doctor:
"He cannot be mine.
He smells of the ocean, of seaweed and brine."
"You should count yourself lucky, for only last week,
I treated a girl with three ears and a beak.
That your son is half oyster
you cannot blame me...
have you ever considered, by chance,
a small home by the sea?"
Not knowing what to name him,
they just called him Sam,
or sometimes,
"that thing that looks like a clam"
Everyone wondered, but no one could tell,
When would young Oyster Boy come out of his shell?
When the Thompson quadruplets espied him one day,
they called him a bivalve and ran quickly away.
One spring afternoon,
Sam was left in the rain.
At the southwestern corner of Seaview and Main,
he watched the rain water as it swirleddown the drain.
His mom on the freeway
in the breakdown lane
was pouding the dashboard-
she couldn't contain
the ever-rising grief,
frustration,
and pain.
"Really, sweetheart," she said"
I don't mean to make fun,
but something smells fishy
and I think it's our son.
I don't like to say this, but it must be said,
you're blaming our son for your problems in bed."
He tried salves, he tried ointments
that turned everything red.
He tried potions and lotions
and tincture of lead.
He ached and he itched and he twitched and he bled.
The doctor diagnosed,
"I can't quite be sure,
but the cause of the problem may also be the cure.
They say oysters improve your sexual powers.
Perhaps eating your son
would help you do it for hours!"
He came on tiptoe,
he came on the sly,
sweat on his forehead,
and on his lips-a lie.
"Son, are you happy? I don't mean to pry,
but do you dream of Heaven?
Have you ever wanted to die?
Sam blinked his eye twice.
but made no reply.
Dad fingered his knife and loosened his tie.
As he picked up his son,
Sam dripped on his coat.
With the shell to his lips,
Sam slipped down his throat.
They burried him quickly in the sand by the sea
-sighed a prayer, wept a tear-
and they were back home by three.
A cross of greay driftwood marked Oyster Boy's grave.
Words writ in the sand
promised Jesus would save.
But his memory was lost with one high-tide wave.
La melancólica muerte de Chico Ostra
Se le declaró en la costa,
y en la playa fue la boda.
Su larga luna de miel
en la isla de Capri fue.
Para la cena el mesero
les puso un solo platillo:
un gran caldo de mariscos.
La novia pidió un deseo.
Y el deseo se realizó.
Dio al fin a luz un bebé.
Pero éste ¿era humano o no?
Bueno, quizá. Tal vez.
Diez dedos en pies y manos,
y demás órganos sanos.
Podía sentir y escuchar.
Pero ¿normal? No, ni hablar.
Este engendro antinatura,
Este cáncer indecente,
Era la imagen viviente
de toda su desventura.
Ella se quejó al doctor:
“No es hilo de mi madeja.
¿De donde sacó ese hedor
a salmuera, pez y almeja?”
“Y ha sido usted afortunada.
Yo la semana pasada,
trate a una niña con pico
y tres orejas. ¿Me explico?
Si es mitad ostra su niño,
búsquese a otro a quien culpar.
-Y añadió con cierto guiño -
¿Se ha puesto a considerar
una casita en el mar?”
No sabían como llamarlo.
A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-
“eso que parece almeja”.
Encogido el corazón,
Ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.
Los cuatrillizos Montalvo
cierta vez se lo toparon.
Le espetaron un “¡Bivalvo!”
y enseguida se escaparon.
Una tarde en que llovía,
Carlo se sentó en la calle.
Y miró arremolinarse
el agua en la alcantarilla
Aparcada en la cuneta,
conmovida y afligida,
su madre daba salida
a su congoja secreta.
Ya se habían acostado
una noche, y ella dijo:
“Cariño, huele a pescado
y yo creo que es nuestro hijo.
Y aunque dicen que una dama
debe callarse esas cosas,
me parece que le endosas
tus problemas en la cama.”
El probó cuanta loción
pudo hallar en el mercado.
Tenía el cuerpo colorado
y comezón, comezón.
Y de rascar y rascar
la piel le empezó a sangrar
El doctor, tras una pausa,
dijo: “El remedio a su mal
podría ser su misma causa.
Las ostras, como sabéis,
dan gran potencia sexual.
Supongo que si os coméis
a vuestro niño podréis
saciar el ansia carnal.
Se acerco muy de puntitas,
muy a oscuras y en celada,
porque no notara nada
quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo:
“Carlo queridísimo, hijo:
no quisiera interferir
ni causarte desconsuelo.
Pero ¿has pensado en el cielo,
o te has querido morir?”
Carlo parpadeo al oírlo
pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo
y se aflojó la corbata.
Cuando lo levantó en vilo,
Carlo le mojó el abrigo.
Y en su boca ya la valva,
se escurrió por su garganta.
En la costa lo enterraron,
en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron
y se fueron a cenar.
Una cruz que daba pena
marcaba su sepultura
y unas letras en la arena
prometían vida futura.
Pero al subir la marea
una ola grande y fea
borró sin pena ni gloria
para siempre su memoria.
De regreso en el hogar,
él se le empezó a acercar.
Le besó y le dijo: “Bella,
hagamos otra faena.”
“Pero esta vez –susurró ella-
pidamos que sea una nena.”
Versión de Francisco Segovia
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