miércoles, mayo 22, 2013

Desplazamiento "Rieles sumergidos". Por Max Fernández






Desplazamiento
"Rieles sumergidos", Poesía de Emersson Pérez / (Ajiaco Ediciones, 2013)

Por Max Fernández
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Rieles sumergidos es un libro condensado –citando a Pound-«literatura cargada de sentido al máximo». Si tomáramos el título como un punto de partida, lo «sumergido» hace referencia a lo nocturno, el descender, poseer, penetrar, representado por los símbolos de la tumba, la barca, lo que se enlaza directamente con el personaje Caronte que aparece en el poema «Rojas; Arcipreste, Chulo y Orfeo».  Viaje de descenso, caída, del poeta, especie de antihéroe que se desplaza por la ciudad convertida en uno de los infiernos. Recordemos que Caronte, es el encargado de conducir las almas a través del Aqueronte para llegar a las puertas del infierno, en el caso de Emersson, un infierno de  «llantos lascivos» de «una diablesa, de tacos rojos».

Sin duda, el poemario alude a un viaje urbano, físico, pero también espiritual, onírico, metafísico. La idea de desplazamiento ocupa si no todo, gran parte del poemario, con un lenguaje propio que combina expresiones tecnológicas o provenientes del mundo de la ciencia ficción: «Cyborg», «bip», «ciencia mutagénica», palabras del pop o arte callejero «graffiti», expresiones chilenas de raíz mapuche y quechua, «imbunche chilote», «guagua» y hace guiños a lo lárico: «Los caballos han borrado todo camino»  y al lenguaje de la publicidad junto con la música pop de «Backstreet Boys» o «Fito Páez», que en gran parte, actúan  como el decorado de fondo al viaje a través de la ciudad, viaje que se anuncia desde el comienzo con el epígrafe de Teillier: «Ha terminado el verano/Regreso a la ciudad como tantas otras veces/en el sudoroso tren de la tarde»

Este viaje urbano, físico inaugurado en «Blasfaraíso» alude a una experiencia vital restituida o reconstruida a partir de recuerdos, tales como «Desde mi ventana/imaginé un triángulo tipo Bermudas/ que me arrebola la nostalgia». Valparaíso aparece al poeta como un recuerdo vivaz cargado de olores e imágenes fantasmagóricas como aparece en el poema Ecuador, que alude a la avenida del mismo nombre: «En subida Ecuador/ El mar es gigante/ las aceras llenas de residuo de vida / o de muerte, vomito, orina, lo derruido».  Lo bello y su contrario, compartiendo un mismo espacio hacen de este poemario un canto de lo transitorio, lo fragmentado, lo derruido, en definitiva, corrupción no solo del espacio, sino del cuerpo y del tiempo.

En esta ciudad puerto, aparece por primera vez, la imagen femenina representada en «Revolucionaria». No por nada está escrito en prosa, es más podría aludir a una heroína de Unamuno, Agustina, o al personaje de Nadja, de Bretón, símbolo de la revolución surrealista. Sin embargo, en la justa medida, Emersson revela uno de los  significados posibles de la experiencia amorosa, que nace de la experiencia del shock que se da en la Ciudad, que no es otra que la del deseo transitorio: «Llegó encandilándome con su fulgor rojo», «bebió cada uno de mis impulsos».  Para el poeta, la «Revolucionaria» correspondería a un cierto tipo de ideal de Spleen, donde lo única posibilidad de revolución es el goce al máximo de estos «paraísos artificiales». En palabras del autor: «para mí la única Real Revolution eran sus hormonas». Para luego,  continuar su viaje por a través de las calles de Valparaíso, Santiago, ciudades reconstruidas a partir de recuerdos.

Emersson tiende a un lenguaje crítico, a veces desolador, en el tránsito a una ciudad universal «La macrocarretera», deconstrucción del discurso de la modernidad, la globalización y las lógicas del mercado, en definitiva,  el ordenamiento de la vida en la ciudad, que va en palabras de Emersson, desde: «la manía a poner nombre a todo» y así «Al nombrar (las cosas) pasa (n) a propiedad humana» a la presencia permanente de cámaras especies de «Cárceles llenas de ojos sin párpados/vigilantes eternos». En esta «Macrocarretera» asistimos a la función de una película que pone el foco, con múltiples tomas y cámaras, en una Ciudad con «edificios, carreteras perpendiculares/los ascensores/vías exclusivas» que producen segregación, apartheid, y donde predomina la idea de dominio por sobre todas las cosas.

El poeta se enfrenta a la experiencia de soledad como habitante de una urbe de muchedumbre, personas desatentas que caminan y deambulan por la ciudad: «Es válido explotar en llanto/ en medio de la ciudad/ aunque audífonos y bocinas te silencien”. Una ciudad de «cielo gris» y «paloma (s) zombie(s)»

Sin embargo, no todo es dolor, en «Celebración» aparece nuevamente la representación de lo femenino, en la imagen de un(a) amante, representación de un erotismo sugerente: «El sonido artificial de la lycra/rebota en tu corazón/mientras el frota tus pantys/tratando de romper una liquidación/ te recuerda un comercial de lencería».

La última estación de este recorrido por los rieles de Emersson, alude a lo fragmentado, a la belleza de lo discontinuo, lo inacabado, como aparece en «Fragmentos de un espejo cóncavo», representación del impulso vital, «eros», que se desplaza a través del cuerpo: «puedes mirar como cabalga el corazón/ puedes oler como el nervio se crispa/ rebota como láser ovalado/te fulmina, te lamina, te lacera». Corte que alude a la irrupción de la tecnología, de la técnica, en el campo de la vida cotidiana, la re-producción industrial a grande escala, la mirada fotográfica que fija su mirada en partes, partes que se pueden tomar, amplificar, modificar, aún a través del ojo del poeta que experimenta, en su vagabundeo  por la ciudad, un amor a última mirada: «De reojo en el subway/ busco el eco de tu reflejo/ ¡Oh musa complace con tu rostro a este pasajero!... Me pongo los lentes y trato de darle otra mirada/ sólo veo su bella representación/huelo un perfume barato y dulce/ escucho risas a lo lejos».

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