lunes, enero 29, 2018

El partido de nuestras vidas GOL DE ORO Por Cristian Geisse Navarro




El partido de nuestras vidas.
Presentación de la novela Gol de Oro de Nibaldo Acero
Por  Cristian Geisse Navarro
(6 de Octubre de 2017, La primavera del libro.)


Este libro me habla directamente. Creo que esa es su intención más pura: interpelarnos, sacudirnos y sacarnos palabra. Obligarnos a dar cara. Creo que en mi caso, el asunto es más extremo, porque la siguiente presentación pasará necesariamente por el filtro de quien soy y de mi relación con Nibaldo. Déjenme, suéltenme, no puede ser de otra forma.


Estoy seguro de que por diferentes razones Nibaldo se equivocó rotundamente al escogerme como presentador de este libro. No soy una persona con vasta experiencia en la cancha. El fútbol no es una de mis grandes pasiones. Tampoco la política. Y estos son dos núcleos fusionados que hacen de este libro el libro feroz que es. Porque este es un libro feroz, quizás uno de los más fieros que yo haya leído. Violento, sucio. Violento y sucio como el fútbol. Violento y sucio como la política. Aunque a diferencia de cierto fútbol y de toda política, este libro se incuba en una honestidad brutal.


Como dije, no estoy seguro tampoco de ser la persona indicada para estar acá, entre otras cosas porque siento una amistad profunda y entrañable por Nibaldo. Una amistad que va mucho más allá de la literatura, a pesar de que ese es uno de los intereses comunes que la ha forjado como tal. El hecho de tener una cercanía así de estrecha, obnubila e interfiere al momento de dialogar mediante un libro. De hecho no dejé de escuchar jamás su timbre de voz mientras leía cada palabra de su novela. Como digo, una situación así ciega y a la vez ilumina. Ciega porque uno perdona y oculta errores. Ilumina porque pienso que después de esta experiencia de lectura conozco más a mi amigo y siento que lo quiero mejor.


Nibaldo es un personaje de Dostoievsky, como muchísimos de mis mejores amigos, y –para qué andamos con cosas- como yo mismo. Gente muy extrema, de enorme intensidad. De la sima a cima, que aman como si odiasen (que es la forma en que Razumijin describe a Raskolnikov y a su familia cuando los ve reunidos). Personajes que viven en medio de la batalla que dios y el diablo sostiene en el corazón humano. De esa manera Nibaldo se vuelve una de mis personas favoritas en el mundo.


Nibaldo tuvo una infancia muy ruda, no desprovista de acercamientos con el horror. Luego parece haber vivido la sabiduría idiota de la juventud, en medio de esa hermosura violenta que incluye temporadas en el infierno y una necesidad de Dios gigante. Fue formado –quizás muy a su pesar- por jesuitas y hasta intentó ser cura. Luego hizo pacto, se hundió y volvió a emerger cuando se daba todo por perdido. De muchas formas ha sido un trashumante, y si bien jamás hemos conversado sobre la importancia que han tenido sus múltiples viajes por Chile y el mundo, es fácil intuir que aquello lo hace ser esa cosa que es –the thing that I am, dice un personaje de Shakespere. Yo lo conocí en la parte cuando estaba haciendo una tesis sobre la poesía de Roberto Bolaño y ya era lo que se podría considerar una especie de neo infrarrealista, como muchos de nosotros: experimental, lanzado, camorrero, engrupido, extraño. Perdido, pero iluminado. El hijo de una madre que lo perdió todo en la apuesta, en suma.


En ese sentido Nibaldo es una roca. Siendo de extracción campesina, pienso que Acero de apellido no le viene tan bien como de Rokha. De hecho, Gol de Oro es un libro que el padre violento de la poesía chilena defendería y consideraría cercano. Por su profunda, libérrima, radical y extrema filiación política. Por el amargo, alucinado y fanático amor que revela por Chile. Por su identificación profunda y real con el pueblo. También porque Don Pablo –presente aquí y en todos los infiernos (al decir de Alfonso Alcalde)- fue el jefe del clan pirata de los de Rokha. Un energúmeno y también el hombre que inventó el matrimonio. Todo esto se me hace cercano a Nibaldo. Nibaldo quien jugaría feliz por Sankt Pauli, ha sido poseído por un demonio capaz de resistir lo indecible, y finalmente está casado y tiene tres preciosas hijas que lo adoran. Todo eso lo vuelve ante mis ojos una de las personas más rokhianas, valientes y tiernas que conozco. De alguna manera vinculo este potente cable a tierra que es una familia como la suya, con las luchas que diaramente da como activista, como estudioso, como escritor. Nibaldo de Rokha entonces. Mahatma Nibaldo de Rokha entonces.


Igual por otro lado, creo que Nibaldo no se equivocó al pensar en mí como alguien indicado para estar acá, porque a pesar de que no juego ni con tierra, tengo toda una vida ligada al fútbol amateur. No al profesional ni al internacional, al amateur. De hecho, quizás con cierta vergüenza, puedo decir que me dio exactamente lo mismo ver o no ver el partido de la selección de ayer. Soy –y quizás esto le guste a Nibaldo- alguien más cercano a la pichanga o al fútbol de calle o de la cancha de tierra. Si el fútbol es como la vida y la vida es como el fútbol, a mí me gustaría que fuese como la describe Nibaldo en la página 116 de su novela:


Una pichanga es infinita, no hay márgenes ni reglas más allá de las básicas, más allá de las que nos permiten seguir vivos dentro de una cancha, como no matarnos, como no comernos entre nosotros, apenas normas nebulosas que nos permiten distinguir el fútbol de otro deporte, distinguir los pies de la cabeza (aquella enorme distancia). No hay un mínimo ni un máximo de jugadores, tampoco restricción de sexos ni de edades ni de razas. ¡La condición socioeconómica tampoco tiene pito que tocar aquí! ¡Y eso es lo más mejor de todo! ¡Y es lo terriblemente bello! ¡Lo que verdaderamente nos vuela los sesos!: el que jueguen pobres junto a ricos por un mismo equipo. Y ni siquiera hay que saber jugar ni hay tiempo de duración que valga y no hay pausas: el partido dura hasta que se acaba (…) el único reglamento es el caos, la diversidad que puede hacer mierda al más tolerante.


En ese sentido, pienso junto a Fernando Carrión y a Nibaldo Acero, que el fútbol es un hecho social total. Ninguno de nosotros está libre del fútbol. Yo, así, me siento parte de su gesto devorador. Carrión dice: el fútbol no es un reflejo de la sociedad, es parte de la sociedad. Creo que este libro juega por ambas bandas. Y sin duda se vuelve metonímico: el fútbol como símbolo de toda la vida. Creo que en esa parte donde se vuelve alegórico Nibaldo se está dando un gusto gigante, que le sale de las entrañas. Se desnuda en furia y llanto y la narración a manos del relator –que significativamente en algún momento entra a la cancha- se vuelve vómito y descargo. De todas formas veo en ello un gesto bello e intuiciones poderosas, no sé si pensadas o inconscientes. Ese retrato simbólico de nuestra historia y nuestra sociedad, está marcado por un realismo grotesco –el estilo carnavalesco por excelencia- a veces demasiado realista, a veces demasiado grotesco. Es sin embargo un carnaval de pesadilla, en el que los actores sociales –como sucede siempre en el fútbol- son rivales, toman partido y se agreden violentamente. Y así todo este libro está urdido, entramado, pensado, sentido


y vivido en una serie de dicotomías que bailan en el aire, como una moneda que gira dando la ilusión de que sus dos caras se fusionan: realismo/ delirio, fútbol / política, profesional / amateur, narrador / relator, hincha / jugador, derrota / victoria. Por supuesto el fútbol es en este libro, como en la realidad real, en el desdelirio, digamos, un aglutinador de identidades, una forma de territorialidad, y de esa misma forma, un campo de batalla simbólica y real. Ahí, esas dictomías cuyas fronteras se diluyen, se vuelven entonces claras y violentas: buenos / malos, héroes / villanos, ellos / nosotros. El aspecto alegórico, en el cual la cancha se abre al espacio y el juego se toma la calle haciendo del mundo su escenario, y donde los involucrados no son solo jugadores sino todos los actores sociales –obreros, profesores, políticos, militares, artistas, indígenas, famosos y anónimos-, y en el que todo se vuelve una batalla explícitamente infernal, corre el riesgo de volverse atrozmente cercano a nuestras realidades. Nunca antes me pareció más descarnada esa gramática futbolística donde un partido es un encuentro violento, lleno de rivales, artilleros, cañonazos, barreras, trincheras y disparos. Qué horror así comprender que quizás el espacio fundacional que caracteriza al fútbol -una cancha, un estadio- es en este caso un lugar maldito: el “polifuncional” estadio Nacional, donde el choque de nuestra identidad fracturada se revela en una herida aún abierta, una herida que aún nos sigue manchando de sangre –el libro comienza y transcurre en la despedida de Carlos Cazely en 1985 en ese mismo lugar. Como no entender entonces esa esa furia vindicativa, cercana a un panfleto rabioso, que marca esa parte del texto.


Dolorosa y paradójicamente la sección de la novela que se aleja del delirio, la alegoría y el símbolo, que se acerca a la crónica y al realismo, mantiene y exacerba la atmósfera pesadillezca Nuevamente me siento violentamente interpelado por este relato, debido a mi vinculación con el campo, con el que aún convivo directamente y de forma cotidiana. Afortunadamente sé que hay otro campo que el que vemos en el libro y personalmente sé que Nibaldo adora sus aspectos más luminosos. Sin embargo la rudeza, la sordidez, la rusticidad, el abuso, la cobardía y la violencia no son lejanas a lo que también he percibido. El universo bullente que es una cantina en medio del campo un domingo después de la cancha es una experiencia viva y vigente para mí. Entiendo que El Chile, la cantina que es protagonista de muchos pasajes de la novela, efectivamente llevaba ese nombre y es en este caso es una afortunada marca simbólica de lo que puede ser nuestro país: un lugar donde tanto la solidaridad, la lealtad y el amor, suelen convivir con la violencia calculada y la agresividad gratuita. En estos pasajes, se encuentra para mí el más lacerante y pesadillezco retrato de esa parte de nuestra sociedad, que es aquel donde se nos explica que en los 80 fue una moda abusar de niños. Por razones de mi propia salud mental no voy a detenerme en este aspecto, pero considero que es una de los más perturbadores aportes de este libro, que de por sí ya es perturbador casi de principio a fin.


Creo que lo más importante de esta interpelación personal que consigue en mí la novela de Nibaldo, y que finalmente me convierte en un presentador indicado para su texto, guarda relación con el hecho de que formamos parte de la misma generación que se retrata en estas páginas. La generación que Anita Tijoux –cuya presencia es significativa en el texto- ha llamado la generación de 1970 y sh… En algún momento consideré 1977 la mejor cosecha humana. El libro de Nibaldo y la canción de Anita me hacen dudar. Nací durante la dictadura de Pinochet y me siento moldeado por su influencia, lo que me hace sentir como la mierda. Cito parte del retrato que hace Nibaldo:






Se nos prohibió hasta oponernos, porque nos parieron los milicos, pero nos castraron los retornados, y nos cortaron como si hubiésemos tenido que ver algo con el sueño lacerado, como si –siendo óvulos y espermios- fuésemos parte del Imperio que ellos intentaron echar abajo. Juventud brillante e idealista que perdió el poder y que volvió de cabeza a agarrarlo, ya vieja y enferma. Cetro sagrado que agarraron de vuelta como suculenta verga que han defendido entre sus dientes más que todo el proyecto libertario que en los setentas se les fue a la reverenda.


Y los que seguimos hinchando, como perros salvajes, ni siquiera hemos continuado con el objetivo de ganar, más bien, el proyecto ha sido el de no perder.






Este libro por supuesto me sacude con mucha fuerza en ese sentido. En términos políticos me siento mutilado, con serias lesiones al momento de organizarme y participar. El libro de Nibaldo se me hace de esa forma un desgarrador grito de protesta, una triste revancha de una derrota, las convulsiones de alguien que ya después de haber sido arrollado por la historia, aún desea luchar. Sin compartir del todo su reacción, la comprendo y la abrazo. Y de esa forma, esa interpelación, ese diálogo directo, tiene resultados en mí, me despierta y me pide entrar a la cancha. Es un llamado a despertar de esta pesadilla, salir del estadio, pasar de ser espectador a jugador, revisar nuestras actuaciones y dar lo mejor de nosotros en el juego. Pienso que desde nuestras distintas posiciones en el mundo, debemos acusar recibo de ese llamado.


Nibaldo, amigo, en algún momento nos daremos un abrazo de gol.